lunes, 8 de marzo de 2010

Vecinos

Parece que la nave pareada a la nuestra va a ser ocupada en breve. Llevo varios días viendo como el dueño saca materiales pero no he tenido la curiosidad de preguntarle. Hasta el momento la estaba usando como auxiliar para almacenar lo que no le cabe en su flamante almacén de cuartos de baño, además de un par de coches de época que me enseñó una vez muy ufano.
Esta mañana me encuentro a los de la luz, arreglando cosas dentro de esa nave y a un señor, carpetilla bajo el brazo, supervisando atentamente. Por su concentrada apostura, la de quien quiere hacer ver que sabe lo que se trae entre manos pero no engaña a nadie excepto a sí mismo, deduje que se trataba del nuevo inquilino. Se gira, me ve y se dirige hacia mí con aplomo. Me quedo parado y espero. Se me acerca con una sonrisa que quiere ser afable y me tiende la mano.
- Tanto gusto, ché. Soy el nuevo ocupante. ¿Vos sos mi vecino?
- Eso es. Para cualquier cosa que necesites ahí me tienes
Entonces empieza una perorata porteña, todo sonrisas y gesticulaciones exageradas, y me cuenta qué empresa es la que se va a instalar, a qué se dedican –alimentación refrigerada-, cuando esperan empezar, sus cuitas para que le den el alta en la luz y el agua. Me pregunta por los cubos de basura, por la seguridad en el polígono y por mil cosas más que no recuerdo. Ni una me deja meter en su monólogo. Son las ocho de la mañana y el discurso que acabo de recibir me anonada. Qué poca piedad tienen algunos. Me zafo como puedo de tal hemorragia de simpatía y verbosidad y me retiro a mis cuarteles.
Al rato pienso que me lo ha dicho todo de él, menos su nombre. Y caigo en que tampoco yo le he dicho el mío. Pues empezamos bien.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dice el Jose que esto es como la vida misma.
Yo, que gracias por el ratillo de chirimiri refrescante.

P.L. dijo...

Es lo que se pretende, sin más. Besitos