domingo, 8 de agosto de 2010

Rosas en el mar


   Hace unos días que falto del curro. Cosas de la edad, digo cuando me preguntan, para esquivar el tema, y me limito a seguir sufriendo en silencio. Que piensen que estoy deprimido. Eso siempre da un punto interesante: la gente te imagina toda clase de sufrimientos y torturas del alma, así, en plan romántico, y lo asocian con tener una vida rica e interesante. Pena, penita, pena. Sí, ya, pena; lo que pasa es que no tienen ni puñetera gracia los picores en salva sea la parte.

   La sola idea de verme sentado en mi sillón de oficina, tan confortable él, me da escalofríos. Y luego todo el trabajo de tratar de disimular el picor ‒-cuando no dolor‒ vergonzante. Y digo yo que no sé por qué ha de ser vergonzante, si el culo es igual para todos. Imagino que tendrá que ver con las asociaciones de ideas que impulsa; o con el reflejo de solidaridad en el dolor, como cuando a un jugador de fútbol le dan un balonazo en sus partes y automáticamente los hombres  presentes se encogen participando de manera involuntaria en aquel dolor. ¡Hermoso ejemplo de fraternidad humana! Masculina más bien, porque las mujeres de esto no hablan y yo estoy convencido de que la fórmula “sufrir en silencio” es de autoría femenina. Así que, ¿cómo voy a aparecer por el trabajo si no voy a poder sentarme en toda la mañana? No digamos ya en el bar de la Sole, yo, que soy el tonto de los taburetes, hasta para tomarme un café rápido.

   Ay, qué situación; tener que dar explicaciones en voz alta para toda la parroquia, que si las das en voz baja y tratando de disimular, va la Sole con toda su buena voluntad y generosidad, y lo radia para toda la concurrencia con ese vozarrón tan femenino que gasta, y no por cotillear que quede claro, sino para que todos se solidaricen con uno en su aflicción. Así de grande tiene el corazón la Sole.  
O que me pregunte mi compa que por qué ando todo el día de un lado para otro, como un alma en pena a ratos, y a ratos como si me acabara de bajar del caballo, y no me siento en mi puesto. De ninguna manera me parece tolerable la humillación de tener que dar razones, ni siquiera en potencia. Así que, contra mi voluntad ‒y es que en casa me aburro un taco, yo que no soy lector; y los programas que ponen de mañana en la tele no molan, ni soy lo suficientemente rico para pagarme un plus‒, me quedo en casa, tumbado en la cama y procurando moverme lo menos posible. Y rogando para que bajen un poquito las temperaturas y por fin consiga dejar de retorcerme encima de la cama como un gusano con almorranas.

No hay comentarios: