martes, 20 de julio de 2010

Cave Canem

      Esta mañana voy de buen humor, casi contento, y a buen paso, entro gallardo en la nave. Me sorprende la ausencia de ruido: no se oye la radio a toda pastilla, ni a mi compañero silbando o cantando a voz en cuello cualquier copla o flamenquería de esas que tanto le gustan, mientras rebusca entre los palets o carga y descarga la fragoneta. Es extraño este silencio y deduzco que no ha llegado. La furgoneta sin embargo sí está. Ando hacia el fondo de la nave y lo llamo. Me contesta. Sí está, medio oculto entre unas cajas. Me acerco, y siguiendo el ritual de todas las mañanas nos saludamos y vemos el trabajo del día. Hay algo cambiado en él y lo lleva escrito en el rostro. Está serio, tiene los ojos enrojecidos y bolsas, está extrañamente seco. Le pregunto si va todo bien y responde afirmativamente. Deduzco que está disimulando y que no me quiere contar que ayer estuvo de fiesta hasta las tantas y que la cosa debió de acabar mal. No insisto y me voy a mi despacho.
Transcurridas las primeras horas de la mañana, salimos a tomar café. Camino de Chez Sole, apenas hablamos, ni siquiera para comentar el partido de fútbol de ayer. Su seriedad y silencio me contagian, y dejo de hablar yo también. Es inútil cualquier esfuerzo por levantar el ambiente.
Acodados a la barra, sigue el silencio, espeso. Me entretengo en darle vueltas al café mirando fijamente la taza.
Sole le interpela:
-  Mu callao estás tú hoy.
Su contestación es un lacónico sí, sin la franca sonrisa habitual, sin mirar a los ojos. Sole me mira y me hace un gesto de extrañeza. Alzo los hombros sin saber muy bien qué decir. Y yo sigo dando vueltas a mi café, más despacio, exasperantemente despacio, como si fuera nitroglicerina y cualquier movimiento brusco pudiera hacerlo explotar. La cosa se prolonga unos minutos hasta que vuelvo la cara hacia él y, asombrado, veo un lagrimón rodar por su mejilla. Suelto el café y con toda la dulzura que puedo le pregunto qué le pasa.
-  Mi perrillo...ayer...al salir del garage marcha atrás...es..era tan chico que no lo vi...mi perrillo. ¡Con lo que yo lo quería! ¡Con lo alegre y salao que era!
Y lo dice fijando la mirada en un punto de la pared del que cuelga el resultado de la porra de la peña de fútbol. Un tiarrón como él tratando de no venirse abajo como una lechuga pansía.
Yo asiento y sigo dándole vueltas a mi café, con un nudo en la garganta, sin ensayar siquiera un leve gesto de cariño que sé inútil.

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