miércoles, 16 de junio de 2010

Tácticas empresariales

Sole lo intenta todo para no cerrar el bar y caer en las garras del paro. Primero fueron los platos combinados tirados de precio. Nada. Luego las megatapas por un euro. Pedías una cerveza a la hora del aperitivo y te ponían un plato lleno de lo que hubieran guisado ese día. Craso error. En cuanto la gente se dio cuenta, venía a la hora de comer, pedían dos cañitas, y por el precio salían más que comidos. Tampoco funcionó. Su última apuesta ha sido de otro cariz.

El otro día entramos a tomar café y en vez de las formas rotundas y exuberantes de la Sole y su maternal sonrisa, nos encontramos detrás de la barra con una post-adolescente escuálida, de sonrisa forzada pero agradable de ver, con un escote de vértigo que enmarca, pero poco, un par de tetas de campeonato. La margarita tatuada en la pechuga izquierda le da un punto de ordinariez fastuoso. Mi colega y yo nos miramos y nos sonreímos alzando las cejas. Sale la Sole de la cocina y procede a las presentaciones formales.
-Hola chicos. Está es Sole, mi hija, que va a venir a echarme una mano.
Se oye un vozarrón desde el fondo del bar:
-¡Una mano le echaba yo!
Risotadas en la concurrencia y la niña, que hasta ese momento no había abierto el pico y parecía muy modosita, va y suelta:
- ¡Ya te guardarás, cacho guarro, si quieres conservar tus partes enteras!
Nos quedamos todos como acalambrados, con los pelos de punta y el vello igual. ¿De dónde sacará la sílfide semejante voz de pito que te taladra como una tiza en la pizarra y es capaz de sobreponerse al ruido de la cafetera y el molinillo de café juntos?
El caso es que ha quedado meridianamente claro. Se mira, pero no se toca; y bromitas ni una.
- Pues encantados de conocerte- le contesto.
Se da la vuelta sin contestar y se pone a trastear. Mi compañero le pide un vaso de agua con el café y ella se inclina en el arcón frigorífico –casi mete medio cuerpo dentro- para sacar una botella, justo delante de nosotros, y con toda su inocente intención nos expone sus encantos en bandeja. Miro a la Sole (madre) y veo que se sonríe. Me pongo colorado y vuelvo la vista a la barra. Todos miran, pendientes de los pectorales de la niña.
- Niña -le dice mi compañero, con cara y tono de disgusto-; el vaso de agua sin teta, por favor.

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