viernes, 18 de septiembre de 2009

Chez la Sole


Al bareto de la Sole se entra de buen humor. Si no la Sole te larga a la calle a la voz de : "¡Cuando se te pase la malafollá, vuelves!". Y da susto cuando la Sole saca su vozarrón, que lo suele tener bien guardado. Normalmente cuando pasa una de estas, por las mañanas a la hora del café, se hace un silencio de cojones hasta que el interfecto abandone y se largue. Y digo interfecto porque interfectas no suele haber; ya se sabe: es cosa de hombres.
Alguno, la primera vez no se lo creía, y lo echaba a broma, incluso el osado llegó a reivindicar su derecho a estar de malas pulgas o a ser así (o "asín" como se dice por aquí). Error casi fatal. Dos bocinazos de la Sole, una mirada terrorífica, un silencio sepulcral y espeso cual natillas, miraditas fugaces o sonrisitas a la barra, e indefectiblemente el interfecto tira el Marca y el importe del café encima de la barra, de mala manera, y se larga rezongando.
En cuanto ha salido por esa puerta, vuelven las conversaciones, las interpelaciones de la Sole con su voz más cariñosa y zalamera, los ruidos de platillos y cucharillas, y se respira mejor.
Y es que la Sole es una madre; una madre con un montón de clientes.

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