miércoles, 9 de septiembre de 2009

Estreno

Como habrás sospechado por el título, trabajo en un polígono.
Bueno en un "polígano", para entendernos. Llevo aquí ya varios años en los que he ido saltando de una nave a otra, al albur de mis jefecillos y de los presupuestos. Finalmente, parece que estamos bien instalados y que esta residencia será para una temporada larga (si no me echan antes, claro, o no se les vuelve a ocurrir que nos mudemos).
Desde mi ventanal en el segundo piso -sí, sí, ahora tengo un ventanal enorme- veo la sierra cuando no hay nubes, la acera de enfrente con sus empresas -el de las cocinas, el taller abandonado, el de materiales de construcción...- y los que entran y salen, o salen y no vuelven a entrar. En este caso la cosa suele ir precedida por unos gritos estentóreos que se oyen en casi toda la calle y que vienen de la nave de las cocinas. Los de las demás empresas salimos a ver qué pasa, hasta que mi vecino por la derecha ataja con un: "El Juan, que la ha vuelto a cagar".
Con lo que el Juan la caga, es un milagro que su empresa siga funcionando.
Así que, ya digo, desde mi hermosísimo ventanal tengo unas vistas inmejorables. Lástima que cuando me montaron la oficina olvidaron poner los estores y desde que sale el sol hasta más o menos las doce, tengo toda la luz en la cara. Claro está que la mesa me la pusieron pegando a la ventana y la pantalla de ordenador a contraluz. Así que las primeras horas de la mañana no puedo trabajar porque no veo la pantalla. Que conste que lo he probado todo: gafas de sol, forrar la ventana con papel - muy, pero que muy deprimente-, mover el ordenador de sitio: imposible: el cable del adsl no da y yo paso de gastarme las pelas propias en un cable.
Mi jefe me ha jurado que ya mismo me ponen unos estores. Y de esto hace casi un año. Los presupuestos, que no dan para más, más ahora con la crisis.
Mi oficina es bastante chula: grande, tendrá unas 25 metros cuadrados, toda pintadita de blanco, con mobiliario nuevo y cómodo que, en un rapto de generosidad, mi jefe me dejó elegir. Al principio pensé decorar esto a mi gusto. Pero se ve que los polígonos tienen el efecto de potenciar la desidia así que las paredes siguen blancas. Además, me da mucha lástima liarme a hacer agujeros. La única decoración que hay son las tres estanterias de suelo a techo repletas de libros, que le dan un toque íntimo y personal, así como a salón de casa pero sin chimenea, ilusión que se rompe en cuanto miro por el ventanal.
Plantas, ni una. Bastante tengo con enterrar las de mi casa cuando se me mueren. Ah, fundamental: tengo aire acondicionado.
Envidia cochina.

1 comentario:

P.L. dijo...

¡Ahí va! La mismitica vida misma.