Me siento intruso al aparecer en mitad de la calle, intruso en esa celebración del abandono. Por un momento me convierto en un objeto de interés y todos se abalanzan hacia mí. Se acercan rápidos, casi agresivos, se paran a un metro, olfatean y piensan, seguramente, que este hombre solo y vacilante no tiene nada que ofrecer, absolutamente nada. Me lanzan entonces una mirada cargada de significado, que no sé cual será pero seguro que lo tiene, no puede ser de otra manera. Se dan la vuelta y se alejan de nuevo saltando y cruzándose en una coreografía tan perfectamente desordenada. Y uno de ellos, el más feo, sin dejar de trotar se gira y me mira; al principio para asegurarse que sigo donde estaba. Después se para y me mira abiertamente, con franqueza. No mueve el rabo, sólo espera alguna oferta o gesto de mi parte que no llega. Sospecho que más que oferta espera una confirmación. Y la obtiene.No tengo nada que ofrecer.
Estoy solo, les doy lástima.
Empieza a clarear.
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