miércoles, 7 de octubre de 2009

Chuchos poliganeros y 2

Y sí, dan lástima. Algunas mañanas he llegado tan pronto al trabajo que era aún noche cerrada y la única vida que había en las calles eran estos perros aparentemente dejados de todo. Corren locos, saltan, cruzan las calles sin ton ni son, se amenazan enseñándose los colmillos y no cesan en ningún momento de mover el rabo con fuerza y decisión. No es un meneo displicente; es enérgico, decidido, afirmativo: aquí estoy yo y ahora soy el amo, parecen decir.
Me siento intruso al aparecer en mitad de la calle, intruso en esa celebración del abandono. Por un momento me convierto en un objeto de interés y todos se abalanzan hacia mí. Se acercan rápidos, casi agresivos, se paran a un metro, olfatean y piensan, seguramente, que este hombre solo y vacilante no tiene nada que ofrecer, absolutamente nada. Me lanzan entonces una mirada cargada de significado, que no sé cual será  pero seguro que lo tiene, no puede ser de otra manera. Se dan la vuelta y se alejan de nuevo saltando y cruzándose en una coreografía tan perfectamente desordenada. Y uno de ellos, el más feo, sin dejar de trotar se gira y me mira; al principio para asegurarse que sigo donde estaba. Después se para y me mira abiertamente, con franqueza. No mueve el rabo, sólo espera alguna oferta o gesto de mi parte que no llega. Sospecho que más que oferta espera una confirmación. Y la obtiene.
No tengo nada que ofrecer.
Estoy solo, les doy lástima.

Empieza a clarear.

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