jueves, 19 de noviembre de 2009

Desperdicios


Hay una indignación de fondo que, como todas las indignaciones justificadas, es por una nimiedad. Hablas con unos y con otros, todos dicen lo mismo: no hay cubos de basura.
Desaparecen, así, ¡chas!, por arte de magia. Y claro la basura por los suelos, y las multas del ayuntamiento a pesar de que se les ha dicho mil veces que repongan los cubos.
El misterio es gordo. ¿Adonde van a parar los cubos? Y, cuidado, que no son pequeños.
Más que cubos, son cubas. Nadie se lo explica y se cruzan apuestas: que si una banda organizada de rumanos, que si la propia empresa que los recauchuta y se los vuelve a vender al ayuntamiento, que si los gitanos de las chabolas cercanas. En fin, para todos los gustos.

Hoy me quedo a comer y a esa hora el polígono está muerto. Oigo un ruido rastrero y desconocido en la calle y me asomo a la ventana. Una pandilla de chavalillos, de unos diez o doce años, arrastran un cubo de basura entre risas y gritos.
Veo a mis hijos y sus amigos metidos en una bañera, cuesta polvorienta abajo a toda risa. Cubos con ruedas: más posibilidades.
Me sonrío.

No pienso desvelar el misterio.

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