jueves, 9 de septiembre de 2010

Balance de situación














Me lo temía.


Lo de la Sole no son las tácticas empresariales.
Estos últimos días se la nota medio cabreada, molesta y más seria de lo habitual. No sé por qué, la verdad, todo parece ir más o menos igual de regular: los mismos clientes de siempre, el mismo ajetreo discreto, con sus picos. Ah, pero es verdad que hay una diferencia: la gente pregunta mucho por la niña. Demasiado. Con un punto de cachondeíto que a la Sole no le gusta ni mijilla, con rintintín vaya. Imagino que no le hará ni puñetera gracia que muchos de los clientes, a los que trata con cariño maternal, se le hayan convertido en buitres, más pendientes de las carnes de la niña, porque no creo que se interesen por sus meninges, algo vacías la verdad, que de hacer algo más de gasto como sería de desear.

Hoy voy tarde al café. Me he liado con unas cosas y entre pitos y flautas y hasta que el estómago no ha empezado a rugir, no me he acordado. Bueno, mejor; a esta hora no habrá nadie y le podré echar un vistazo tranquilo al periódico. Nada más entrar: chunda chunda chunda chunda. ¡Joooder, qué susto! Miro y remiro por si me he equivocado. No, es aquí. Suena el chundachunda a toda pastilla, la barra, petada de canis, la mayoría pelopiña o cenicero, pendientes, tatuajes, pantalones cagaos unos, pitillos otros, camisetas de tirantes ellas y ellos, luciendo carne morena, y algún que otro despistado con mono de trabajo. El mayor no tendrá ni veinte añitos.
Trato de acercarme a la barra y al ver que no lo consigo me doy la vuelta para irme. Justo en ese momento la voz de pito de la niña Sole me pregunta, a gritos y por encima de la música y el ruido de las conversaciones, que qué quiero. Le pido, trinco mi café y me retiro a una mesa vacía. Todos en la barra, cascando, riéndose a carcajadas y compartiendo refrescos. En estas asoma la Sole con cara de cabreo y empieza a meterle a la niña una bulla de aúpa: que si baja la música que me estás volviendo loca perdía, que los vasos están sin fregar, que la cafetera está sucia, que qué es eso de estar ahí de palique con la de trabajo que hay... Asisto desde mi rincón a la bronca. Los chavales ni inmutarse. Suelta una voz anónima que sale de alguna parte de aquel rebaño:
- ¡Copón como hon las máes! ¡Hiempre 'ando por culo! En cuantico que'ta uno a gustico, ¡zas!, a dar por culo. Que paé que no haben hacé otra coha.
- Di que hi colega, que estamos de máes hasta la papaya - apostilla otra voz, femenina ésta.
Grandes cabezazos de aprobación entre la concurrencia. Y entonces sucede. La Sole (madre), quita la música, sale de detrás de la barra, se planta en jarras en mitad del bar y empieza a chillarles a los "clientes" totalmente fuera de sí. Les dice de todo menos bonicos, les mienta a la madre, al padre, a la abuela y a la leche que les dieron. Ellos, como quien oye llover y la Sole desmelenada como una hidra. ¡Oh estampa mitológica! Se hace el silencio; yo con la cucharilla en alto, espero.
- Ámonos colegas, que azín no se pué viví.
Van saliendo los chavales del bar. Y a la niña lo único que se le ocurre decir con voz de fastidio es:
- Jo, mamá, acabas de perder un montón de clientes.

 Ambas se meten en la cocina. Me he quedado solo de repente en el bar. Suena un cachete seguido de un grito. Apuro mi café, dejo el dinero en la barra y me voy raudo. Por si acaso sigue el reparto.

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