viernes, 19 de marzo de 2010

Cifras y letras

Estaban todos en su esquina habitual de la barra tomándose el cafelito y la copa, entre risas y comentarios; y es que estos chicos de la desratización son muy vocingleros, supongo que para compensar la concentración y el silencio de pasarse el día poniendo trampas para ratones y persiguiendo cucarachas bailaoras. Yo estaba acodado a continuación de ellos, en el único hueco que quedaba libre, intentando leer el periódico mientras sorbía mi café con estudiada imperturbabilidad. Evidentemente resultaba imposible atender al periódico debidamente: su conversación me entraba por el oído derecho, como un clavo. Lo que podía entender de su conversación, claro, porque casi todos tenían un acento cortijero cerradísimo.
 Nada apasionante: fútbol, mp3, el feibú, que sí me he comprado unas llantas nuevas para el buga, que si mi prima la Juani se ha endivorciao,  y todo así..
Pasó un ángel y conseguí meterme en el periódico. Entonces, en el silencio cristalino del momento, dijo uno de ellos en voz alta y  con sincera pena:
-So habéi enterao que sa muerto Miguer Delibeh, ¿no?
A lo que otro, le contestó:
-Cúsha la poya. Hiempre he mueren lo mehóre. ¿Y ahora quien va llevá lo de la conomía éha?
- ¿Qué íces illo?
- ¿Pos no ja muerto?
- Claro, illo. ¿Pero que tié que vé con la conomía?
-¡Coño! Pó eh el del Ibeh éhe, ¿no? Migué del Ibeh (Ibex), ¿no?
La carcajada que me sube de lo hondo y me pilla con el café en la boca se convierte en un golpe de tos que me atraganta y empiezo a toser como un ensogado, mientras se me sale el café por la nariz. Las risotadas se oyen por todo el bar y la Sole, detrás de la barra, se dobla en dos.
- ¡Animáaaa! ¡¿Ande habrás jecho tu la EGB?!- le grita uno de sus compañeros con toda la guasa del mundo.
- ¿Ande quiereh que la fuera esho? – apostilla otro.- En las cabras de hu agüelo.

Se van apagando las risotadas y dejan paso a los comentarios, mientras alguien le explica al sujeto de marras su error. Entre toses alcanzo a ver que su cara de perplejidad se va poniendo cada vez más colorada, hasta que opta por desviar el bochorno sumándose al coro de risas. Aún le queda tiempo de rezongar, antes de salir:
- Y yo que poyas vi a sabé...

Ay Milana, Milana bonita.

lunes, 8 de marzo de 2010

Vecinos

Parece que la nave pareada a la nuestra va a ser ocupada en breve. Llevo varios días viendo como el dueño saca materiales pero no he tenido la curiosidad de preguntarle. Hasta el momento la estaba usando como auxiliar para almacenar lo que no le cabe en su flamante almacén de cuartos de baño, además de un par de coches de época que me enseñó una vez muy ufano.
Esta mañana me encuentro a los de la luz, arreglando cosas dentro de esa nave y a un señor, carpetilla bajo el brazo, supervisando atentamente. Por su concentrada apostura, la de quien quiere hacer ver que sabe lo que se trae entre manos pero no engaña a nadie excepto a sí mismo, deduje que se trataba del nuevo inquilino. Se gira, me ve y se dirige hacia mí con aplomo. Me quedo parado y espero. Se me acerca con una sonrisa que quiere ser afable y me tiende la mano.
- Tanto gusto, ché. Soy el nuevo ocupante. ¿Vos sos mi vecino?
- Eso es. Para cualquier cosa que necesites ahí me tienes
Entonces empieza una perorata porteña, todo sonrisas y gesticulaciones exageradas, y me cuenta qué empresa es la que se va a instalar, a qué se dedican –alimentación refrigerada-, cuando esperan empezar, sus cuitas para que le den el alta en la luz y el agua. Me pregunta por los cubos de basura, por la seguridad en el polígono y por mil cosas más que no recuerdo. Ni una me deja meter en su monólogo. Son las ocho de la mañana y el discurso que acabo de recibir me anonada. Qué poca piedad tienen algunos. Me zafo como puedo de tal hemorragia de simpatía y verbosidad y me retiro a mis cuarteles.
Al rato pienso que me lo ha dicho todo de él, menos su nombre. Y caigo en que tampoco yo le he dicho el mío. Pues empezamos bien.

martes, 16 de febrero de 2010

Una de santos

Hoy amanece el polígono empapelado. En casi todas las puertas han pegado primorosamente con fixo cartelitos de tamaño cuartilla a dos colores que veo desde el coche mientras estoy detenido en un stop. Llego a mi nave, aparco y me acerco a mirar el que también está en nuestra puerta. Texto por arriba en torpes mayúsculas, texto por abajo, más apretadito. En el centro una cara terrible de color amarillo: la cara de Dios.
El texto principal, de color blanco contra el fondo azul pálido: CURSO DE CRISTIANDAD.
Esto sí que no me lo esperaba. Cambia un poco de los cursos para convertirse en eficiente carretillero, o de los anuncios de recogida de residuos peligrosos, o papel, de las invitaciones al puticlú vecino. Leo el texto informativo en el que se detallan lugares y fechas y constato que se celebrará, aquí, en el polígono –da la dirección de una nave- los viernes por la tarde a partir de la semana próxima. Rebusco tratando de averiguar quién convoca: Iglesia de los Santos de los Últimos Días, o sea los mormones.
¡Los mormones! Jo. Y dan un curso. Y gratis.
Voy a enterarme de cuantos años dura y si se ajusta al Plan Bolonia porque siendo así, luego habrá un Master, fijo. Y tal y como está la cosa es mejor tener un título aunque sólo sea para el currículum y sin tener que pedir becas, oiga. 
Y lo que viste un título firmado por Joseph Smith o José Smith, que es santo americano. 
Dura competencia le ha salido a San Pancracio (patrón contra falsos testigos y falsos testimonios, contra perjurio, niños, calambres, espasmos, dolores de cabeza; y más).
Señor...

viernes, 22 de enero de 2010

Prohibido aparcar



-         ¡Ya estamos otra vez!
-         A ver si te crees que el sitio es tuyo.
-         ¡Pero criaturica de Dios! Si lo único que te estoy diciendo, y te lo he dicho ya mil veces, es que te eches un poquito más para allá y que no me aparques en el portón, que no puedo sacar la furgoneta.

Prácticamente a diario se venía repitiendo esta conversación. Un currante de la nave de enfrente nos aparcaba su coche de tal manera que aunque pareciese que dejaba libre el portón, nuestra furgoneta no podía salir. Mi compañero le avisó cuarenta veces; de buenas maneras, amable, paciente, tratando de convencerlo, amenazando con llamar a los municipales; de todo intentó.
El tipo es verdaderamente un borde, de los que hacen todo lo posible por aparcar en la puerta aunque sea en triple fila y aunque veinte metros más allá haya un montón de plazas.
Yo me divertía bastante con los comentarios que me hacía mi compañero en privado y que, por supuesto, nada tenían que ver con el tono amable -a pesar de su voz ronca y el aspecto de conmigo no valen bromas que le da la barba cerrada que gasta- que utilizaba para dirigirse al desaprensivo: menudo cabronazo, un desalmado, eso es lo que es –¡hallazgo sublime! -, que le viacortarlosgüevos, le viarrancarlasasaúras y se las viaechálosperros, le viarrancarlacabeza, me cagoentodasunación, y así.
En el fondo es un hombre conciliador, mi compañero, dialogante aunque algo bruto, pero sobre todo noble, muy noble.
Pero un día que nos volvimos a encontrar el coche, esta vez en medio del portón, lo vi demudar la coló, soltar el cúter que tenía en la mano, y sin un aspaviento ni una voz más alta que otra, salir a la calle muy decidido: realmente la ofensa había alcanzado ya un grado intolerable: el de injusticia. Y entonces sí que me asusté.
Lo seguí por si acaso, aunque a una distancia de seguridad, que no quería yo para mí ninguna bala rebotada. Se fue a la nave de enfrente y entró en busca del desalmado aparcador que en ese momento se dirigía hacia la calle. Lo paró y le habló en voz baja. Cinco o diez segundos, no más.
El otro se dio la vuelta, salió a todo correr mirándose la punta de los zapatos –ay, ay, pensé, ya se ha liado-, se montó en el coche sin decir nada y lo cambió de sitio.
Mi compa y yo nos fuimos a desayunar. Le pregunté:
-         ¿Qué le has dicho? Porque el tío ha salido escopetado.
Y mirando al frente, así, con una sonrisilla de medio lado, como quien se avergüenza de una hazaña, me contestó
-         Pues nada. ¡Qué pollas le iba a decir!. Pues lo que le tenía que decir. Valiente joputa.

Y ahí quedó la cosa.
Nunca ha vuelto a aparcarnos en la puerta.

miércoles, 13 de enero de 2010

En Brideshead


Retorno, no a Brideshead precisamente, sino a mi amado polígono tras el paréntesis navideño. El tiempo y los Reyes Magos han hecho la labor que les correspondía: cierre de empresas y despidos. Resulta abrumador pasearse por sus calles y notar, con el rabillo del ojo al principio, que hay persianas y portones cerrados que no deberían estarlo, que hay menos movimiento de camiones y coches, menos actividad después.
Al principio lo atribuyo a las vacaciones. Ya en el mentidero de la Sole lo comento, como se comentan estas cosas: dirigiéndose a la Sole pero en un tono lo suficientemente alto e impersonal como para que quien quiera pueda meter baza. Y me lo confirman con esa sonrisa de fatalidad que tan bien se le da a la gente trabajadora cuando las cosas vienen mal dadas: que no, que no son vacaciones, que han echado el cierre: el de los recambios de autobús, el del taller de persianas, el marmolista, el carpintero ese tan grande que había en la esquina, el de material sanitario, el de...
Se me queda una cara como de tontorrón y nadie dice nada más. Si acaso un flojito “la cosa es que está mu malamente”.
Y sí, es cierto, Pero que mu malamente.
Y además lleva un mes y pico lloviendo sin parar.
-  Si al menos hiciera sol -dice la Sole-, o les hubiera tocado la lotería, aunque fuera sido un pellizquillo.
Se da la vuelta y se marcha a seguir peleando con su cafetera, y no dice más. 
Ni nadie.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Cave Manolus

¡Qué viene Manolo!

Entonces todo el que puede se enfrasca el la lectura del periódico, o mira fijamente su café mientras da vueltas a la cucharilla, o se abstrae todo lo que puede, y todos esconden  las manos en las profundidades insondables de sus bolsillos. La cosa es evitar su efusivo saludo.


Manolo es un hombre extremadamente amable y cariñoso, pero rudo; basta que le dirijas la palabra en el bar y ya serás amigo suyo. Te saludará cuando te vea y no podrás de ninguna manera evitar su apretón de manos, ni dejar de mirar la seriedad de su rostro y los ojos de enloquecido que pone mientras oyes crujir tus huesos. Y no es locura, es que para Manolo, saludarse entre hombres es una cosa muy grave y fundamental. Manolo saluda como los griegos antiguos se saludaban, con esa hombría de bien honda y seria que requiere inexorablemente de la fuera física y que de ninguna manera se puede ignorar.

Entenderlo así me ha hecho perdonarle los dolores de manos.

viernes, 27 de noviembre de 2009

En pos de la belleza


Generalmente no suelo fijarme demasiado en la belleza o fealdad de los lugares por los que transito ni de las gentes con las que me cruzo. Si son bellos, me sorprenderán las primeras veces; si feos también. Al cabo de los días todo queda enterrado en el rumor de la costumbre.
Pero hay días, como hoy, y últimamente cada vez son más -será la edad o el alzheimer que viene a ser lo mismo pero más ajustado-, en que de golpe y sopetón me atenaza un profundo sofoco que no sé al pronto a qué atribuir. Si me detengo un poco más en la sensación y realizo un esfuerzo por salir de mí y mirar alrededor descubro que todo me parece feo, de una fealdad difícilmente soportable: estas calles malparidas llenas de coches en desorden; las mujeres y los hombres que desayunan junto a mi desaliñados y casi sucios ellos, estridentes ellas; desgarbados los perros que deambulan por este lugar; informes los edificios entre los que me muevo.
No sé si el sofoco es por la fealdad o viceversa. Entonces intento volver al momento anterior a que esto ocurriera y recordar en qué estaba mi cabeza. ¿Qué cosa pensaba yo que ha desencadeno este súbito ataque de conciencia estética herida? Aún no lo he descubierto pero no cejo en mi empeño.
¿Estaré aquejado de algún tipo de virus estético? ¿De un síndrome de Sthendal inverso?
En estos angustiosos momentos echo terriblemente de menos los cuadros de escenas de la caza del zorro de la portería de mi suegra, tan reconfortantemente bonitos.