Esta mañana voy de buen humor, casi contento, y a buen paso, entro gallardo en la nave. Me sorprende la ausencia de ruido: no se oye la radio a toda pastilla, ni a mi compañero silbando o cantando a voz en cuello cualquier copla o flamenquería de esas que tanto le gustan, mientras rebusca entre los palets o carga y descarga la fragoneta. Es extraño este silencio y deduzco que no ha llegado. La furgoneta sin embargo sí está. Ando hacia el fondo de la nave y lo llamo. Me contesta. Sí está, medio oculto entre unas cajas. Me acerco, y siguiendo el ritual de todas las mañanas nos saludamos y vemos el trabajo del día. Hay algo cambiado en él y lo lleva escrito en el rostro. Está serio, tiene los ojos enrojecidos y bolsas, está extrañamente seco. Le pregunto si va todo bien y responde afirmativamente. Deduzco que está disimulando y que no me quiere contar que ayer estuvo de fiesta hasta las tantas y que la cosa debió de acabar mal. No insisto y me voy a mi despacho.
Transcurridas las primeras horas de la mañana, salimos a tomar café. Camino de Chez Sole, apenas hablamos, ni siquiera para comentar el partido de fútbol de ayer. Su seriedad y silencio me contagian, y dejo de hablar yo también. Es inútil cualquier esfuerzo por levantar el ambiente.
Acodados a la barra, sigue el silencio, espeso. Me entretengo en darle vueltas al café mirando fijamente la taza.
Sole le interpela:
- Mu callao estás tú hoy.
Su contestación es un lacónico sí, sin la franca sonrisa habitual, sin mirar a los ojos. Sole me mira y me hace un gesto de extrañeza. Alzo los hombros sin saber muy bien qué decir. Y yo sigo dando vueltas a mi café, más despacio, exasperantemente despacio, como si fuera nitroglicerina y cualquier movimiento brusco pudiera hacerlo explotar. La cosa se prolonga unos minutos hasta que vuelvo la cara hacia él y, asombrado, veo un lagrimón rodar por su mejilla. Suelto el café y con toda la dulzura que puedo le pregunto qué le pasa.
- Mi perrillo...ayer...al salir del garage marcha atrás...es..era tan chico que no lo vi...mi perrillo. ¡Con lo que yo lo quería! ¡Con lo alegre y salao que era!
Y lo dice fijando la mirada en un punto de la pared del que cuelga el resultado de la porra de la peña de fútbol. Un tiarrón como él tratando de no venirse abajo como una lechuga pansía.
Yo asiento y sigo dándole vueltas a mi café, con un nudo en la garganta, sin ensayar siquiera un leve gesto de cariño que sé inútil.
martes, 20 de julio de 2010
miércoles, 16 de junio de 2010
Tácticas empresariales
Sole lo intenta todo para no cerrar el bar y caer en las garras del paro. Primero fueron los platos combinados tirados de precio. Nada. Luego las megatapas por un euro. Pedías una cerveza a la hora del aperitivo y te ponían un plato lleno de lo que hubieran guisado ese día. Craso error. En cuanto la gente se dio cuenta, venía a la hora de comer, pedían dos cañitas, y por el precio salían más que comidos. Tampoco funcionó. Su última apuesta ha sido de otro cariz.
El otro día entramos a tomar café y en vez de las formas rotundas y exuberantes de la Sole y su maternal sonrisa, nos encontramos detrás de la barra con una post-adolescente escuálida, de sonrisa forzada pero agradable de ver, con un escote de vértigo que enmarca, pero poco, un par de tetas de campeonato. La margarita tatuada en la pechuga izquierda le da un punto de ordinariez fastuoso. Mi colega y yo nos miramos y nos sonreímos alzando las cejas. Sale la Sole de la cocina y procede a las presentaciones formales.
-Hola chicos. Está es Sole, mi hija, que va a venir a echarme una mano.
Se oye un vozarrón desde el fondo del bar:
-¡Una mano le echaba yo!
Risotadas en la concurrencia y la niña, que hasta ese momento no había abierto el pico y parecía muy modosita, va y suelta:
- ¡Ya te guardarás, cacho guarro, si quieres conservar tus partes enteras!
Nos quedamos todos como acalambrados, con los pelos de punta y el vello igual. ¿De dónde sacará la sílfide semejante voz de pito que te taladra como una tiza en la pizarra y es capaz de sobreponerse al ruido de la cafetera y el molinillo de café juntos?
El caso es que ha quedado meridianamente claro. Se mira, pero no se toca; y bromitas ni una.
- Pues encantados de conocerte- le contesto.
Se da la vuelta sin contestar y se pone a trastear. Mi compañero le pide un vaso de agua con el café y ella se inclina en el arcón frigorífico –casi mete medio cuerpo dentro- para sacar una botella, justo delante de nosotros, y con toda su inocente intención nos expone sus encantos en bandeja. Miro a la Sole (madre) y veo que se sonríe. Me pongo colorado y vuelvo la vista a la barra. Todos miran, pendientes de los pectorales de la niña.
- Niña -le dice mi compañero, con cara y tono de disgusto-; el vaso de agua sin teta, por favor.
El otro día entramos a tomar café y en vez de las formas rotundas y exuberantes de la Sole y su maternal sonrisa, nos encontramos detrás de la barra con una post-adolescente escuálida, de sonrisa forzada pero agradable de ver, con un escote de vértigo que enmarca, pero poco, un par de tetas de campeonato. La margarita tatuada en la pechuga izquierda le da un punto de ordinariez fastuoso. Mi colega y yo nos miramos y nos sonreímos alzando las cejas. Sale la Sole de la cocina y procede a las presentaciones formales.
-Hola chicos. Está es Sole, mi hija, que va a venir a echarme una mano.
Se oye un vozarrón desde el fondo del bar:
-¡Una mano le echaba yo!
Risotadas en la concurrencia y la niña, que hasta ese momento no había abierto el pico y parecía muy modosita, va y suelta:
- ¡Ya te guardarás, cacho guarro, si quieres conservar tus partes enteras!
Nos quedamos todos como acalambrados, con los pelos de punta y el vello igual. ¿De dónde sacará la sílfide semejante voz de pito que te taladra como una tiza en la pizarra y es capaz de sobreponerse al ruido de la cafetera y el molinillo de café juntos?
El caso es que ha quedado meridianamente claro. Se mira, pero no se toca; y bromitas ni una.
- Pues encantados de conocerte- le contesto.
Se da la vuelta sin contestar y se pone a trastear. Mi compañero le pide un vaso de agua con el café y ella se inclina en el arcón frigorífico –casi mete medio cuerpo dentro- para sacar una botella, justo delante de nosotros, y con toda su inocente intención nos expone sus encantos en bandeja. Miro a la Sole (madre) y veo que se sonríe. Me pongo colorado y vuelvo la vista a la barra. Todos miran, pendientes de los pectorales de la niña.
- Niña -le dice mi compañero, con cara y tono de disgusto-; el vaso de agua sin teta, por favor.
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jueves, 22 de abril de 2010
Conversación en la catedral
Carapicha y Ruano son dos currantes de Juan, quien, como ya dije, fabrica cocinas justo enfrente de mi. Vamos, que lo veo desde mi ventana. Y estos dos son sus machacas: look kaleborroka, pendientes, flequillo desmochado uno, cresta el otro, delgaduchos y veinteañeros suburbiales, un puntillo malencarados, pero simpáticos cuando te conocen. En esto son igual de insoportablemente formales que los ingleses de las novelas: si no te han presentado no existes, aunque ellos no se dedican a ignorarte activamente, sino que son provocones y si te pueden asustar un poquillo con sus pintas no desperdician la ocasión. En fin, choricetes de tierno corazón que se ganan la vida honradamente. Y en un sentido, son currantes clásicos. Se traen un bocadillo de casa en la tartera, ajustado al estandar poliganero, o sea de barra entera, con su cerveza y la naranja o el plátano de postre; el bar ni lo pisan, que son muy mirados de lo suyo.
Los días de sol, cruzan cansinamente la calle hasta el portón de mi nave buscando la recacha, y allí se plantan en el suelo, apoyados en la chapa caliente, con todos sus arreos -hasta un mantelito de cuadros les vi un día-, a comer y poner cara de lavíncolegaqueagustico. Justo debajo de mi ventana.
Me gusta oir sus conversaciones cuando se están liando el cigarrito, o el porrito de después, los psshhht de las latas de cerveza al abrirse, la sensación de pereza y de descanso bien ganado que transmiten. Igual yo me equivoco y son unos flojos profesionales; el caso es que nunca he oido a Juan quejarse de ellos ni gritarles con cajas destempladas.
Con Carapicha tuvimos, o más bien, tuvo mi compañero un enganchón por cuestiones de aparcamiento, como ya conté, pero como son todos buena gente que se sabe condenada a llevarse bien por aquello de la buena vecindad, la cosa ya está olvidada. Por supuesto nunca me han hecho ningún comentario. Al contrario, si no ven a mi compañero por aquí, me suelen preguntar cariñosamente por él.
- ¿Ande está el compañero que hace días que no aporta por aquí? ¿No estará malico?
- No que va; está con días libres.
- Lavin, que potra. Eso es como la regla de las tías. Cada mes, ¡pon! días libres. Ya nos podía pasar a nosotros, ¿verdad tú que sí Ruano?
- Pos ya te digo.
Los ví salir el otro día de su nave y cruzar para venir a apalancarse en la recachica que ya es de su propiedad. Al poco, se sentaron y por los ruidos deduje que sacaron las vituallas: tarteras que se abrían, papel de plata al desenvolver los bocatas. Comenzaron a comer en silencio, entre algún ocasional suspiro de satisfacción.
- ¿De qué eh er tuyo?
- De tortilla con bacon, queho y lechuga.
- Pos hoy mi madre sa lucío. M'a hecho un bocata de lomo y no lachao ni mayonesa, ni tomate, ni aceite, ni leches, ni ná.
- Ni pollas.
- Eho. Ni pollas. No hay quien he trague esto de sequísimo que está. Que s'añurga uno, cohones.
- Pos pégale un trago a la birra.
- Pos es que ni con la birra, colega.
- Pos tíralo.
-¡Que lo tire dice! Será tontopollas. Vi a tirar yo un bocata que me ha hecho mi madre. Con tó su amor. Cuchi er niño apollardao, las cosas que dice.
-Pos no te quejes
-Pos me quejo por que me sale de los güevos.
Silencio. Ruido de masticaciones. Silencio. Más masticaciones. Silencio.
Un eructo brutal, inhumano, expresión de lo más hondo y racial que por aquí habita, rompe la paz del momento. Le sigue una carcajada.
Fin de la conversación.
Los días de sol, cruzan cansinamente la calle hasta el portón de mi nave buscando la recacha, y allí se plantan en el suelo, apoyados en la chapa caliente, con todos sus arreos -hasta un mantelito de cuadros les vi un día-, a comer y poner cara de lavíncolegaqueagustico. Justo debajo de mi ventana.
Me gusta oir sus conversaciones cuando se están liando el cigarrito, o el porrito de después, los psshhht de las latas de cerveza al abrirse, la sensación de pereza y de descanso bien ganado que transmiten. Igual yo me equivoco y son unos flojos profesionales; el caso es que nunca he oido a Juan quejarse de ellos ni gritarles con cajas destempladas.
Con Carapicha tuvimos, o más bien, tuvo mi compañero un enganchón por cuestiones de aparcamiento, como ya conté, pero como son todos buena gente que se sabe condenada a llevarse bien por aquello de la buena vecindad, la cosa ya está olvidada. Por supuesto nunca me han hecho ningún comentario. Al contrario, si no ven a mi compañero por aquí, me suelen preguntar cariñosamente por él.
- ¿Ande está el compañero que hace días que no aporta por aquí? ¿No estará malico?
- No que va; está con días libres.
- Lavin, que potra. Eso es como la regla de las tías. Cada mes, ¡pon! días libres. Ya nos podía pasar a nosotros, ¿verdad tú que sí Ruano?
- Pos ya te digo.
Los ví salir el otro día de su nave y cruzar para venir a apalancarse en la recachica que ya es de su propiedad. Al poco, se sentaron y por los ruidos deduje que sacaron las vituallas: tarteras que se abrían, papel de plata al desenvolver los bocatas. Comenzaron a comer en silencio, entre algún ocasional suspiro de satisfacción.
- ¿De qué eh er tuyo?
- De tortilla con bacon, queho y lechuga.
- Pos hoy mi madre sa lucío. M'a hecho un bocata de lomo y no lachao ni mayonesa, ni tomate, ni aceite, ni leches, ni ná.
- Ni pollas.
- Eho. Ni pollas. No hay quien he trague esto de sequísimo que está. Que s'añurga uno, cohones.
- Pos pégale un trago a la birra.
- Pos es que ni con la birra, colega.
- Pos tíralo.
-¡Que lo tire dice! Será tontopollas. Vi a tirar yo un bocata que me ha hecho mi madre. Con tó su amor. Cuchi er niño apollardao, las cosas que dice.
-Pos no te quejes
-Pos me quejo por que me sale de los güevos.
Silencio. Ruido de masticaciones. Silencio. Más masticaciones. Silencio.
Un eructo brutal, inhumano, expresión de lo más hondo y racial que por aquí habita, rompe la paz del momento. Le sigue una carcajada.
Fin de la conversación.
jueves, 15 de abril de 2010
Imbéciles oriundos
Acabo de regresar de una visita de trabajo al país vecino, y claro, estuve en un polígono.
Rotondas en los cruces importantes, césped, arbolado, buena señalización, planos del lugar cada poco, calles amplias con hermosas zonas de descarga para camiones y aparcamiento para vehículos.
Y sobre todo una limpieza y un orden que me pasmaron. Poco ruido y poca gente por la calle. Se trabaja de puertas adentro y las puertas están cerradas. Se trabaja contra el mundo, no en el mundo. Un paraíso para las mentes cuadriculadas con voluntad de perdurar, como los monumentos.
Aquel lugar, a ratos recordaba más a Wisteria Lane, y a otros ratos, a un parque en el que una horda de arquitectos posmodernos enloquecidos hubieran dado rienda suelta a sus más bajos instintos.
Imposible evitar la comparación en la que, no hay que decirlo, mi poligonillo queda bastante perjudicado.
Estuvimos comiendo en uno de los restaurantes locales y aquí, sí hay que decirlo, según los estándares de mi refinadísimo paladar de a 8,50€, los perjudicados fueron ellos.
En el rato del café, me puse a meditar: lo nuestro con el orden urbanístico, con la limpieza, con los servicios, ¿es de nación o es pura perversión? ¿Es que los españoles somos así, o sólo los de aquí o sólo los del mediterráneo? Y si en estas cosas fuéramos como ellos, ¿dejaríamos de ser nosotros? Cuestiones de alta gravedad según se ve.
Andaba yo cavilando hasta que me preguntaron y comenté lo que andaba rumiando.
Al principio me miraban muy concentrados y con una media sonrisa conmiserativa. Estos pobres españoles, casi africanos. La hemorragia de condescendia me llenó la pechera de la camisa de salpicaduras: está bien lo vuestro, me decían, es exótico, pero como esto no hay nada. Para ellos no era más que media ración de conmiseración, para mí, un puchero completo. ¡Qué manera de sacarle brillo a su identidad! Y yo todo el rato acordándome del estribillos de la canción de Brassens , “Los felices imbéciles oriundos” (la traducción del estribillo es mía).
En fin que yo hablaba, me preguntaban y contestaba y el peso de la conversación recaía casi exclusivamente en mí. Qué más da, decían, un lugar de trabajo es un lugar de trabajo. Sí, pero... etc.
¿Por qué será entonces que le tengo hasta cariño a este amorfo amontonamiento de naves, a cual más fea, en el que trabajo?
El caso es que esta mañana al salir al café en chez la Sole, me he dado cuenta de algo muy simple: hay gente por la calle, se oyen gritos, bocinazos, hay movimiento y desorden, el sol brilla alto y hay una luz deslumbrante. Hasta creí oler el aroma lejano de un espeto de sardinas.
Pura vida.
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viernes, 19 de marzo de 2010
Cifras y letras
Estaban todos en su esquina habitual de la barra tomándose el cafelito y la copa, entre risas y comentarios; y es que estos chicos de la desratización son muy vocingleros, supongo que para compensar la concentración y el silencio de pasarse el día poniendo trampas para ratones y persiguiendo cucarachas bailaoras. Yo estaba acodado a continuación de ellos, en el único hueco que quedaba libre, intentando leer el periódico mientras sorbía mi café con estudiada imperturbabilidad. Evidentemente resultaba imposible atender al periódico debidamente: su conversación me entraba por el oído derecho, como un clavo. Lo que podía entender de su conversación, claro, porque casi todos tenían un acento cortijero cerradísimo.
Nada apasionante: fútbol, mp3, el feibú, que sí me he comprado unas llantas nuevas para el buga, que si mi prima la Juani se ha endivorciao, y todo así..
Pasó un ángel y conseguí meterme en el periódico. Entonces, en el silencio cristalino del momento, dijo uno de ellos en voz alta y con sincera pena:
-So habéi enterao que sa muerto Miguer Delibeh, ¿no?
A lo que otro, le contestó:
-Cúsha la poya. Hiempre he mueren lo mehóre. ¿Y ahora quien va llevá lo de la conomía éha?
- ¿Qué íces illo?
- ¿Pos no ja muerto?
- Claro, illo. ¿Pero que tié que vé con la conomía?
-¡Coño! Pó eh el del Ibeh éhe, ¿no? Migué del Ibeh (Ibex), ¿no?
La carcajada que me sube de lo hondo y me pilla con el café en la boca se convierte en un golpe de tos que me atraganta y empiezo a toser como un ensogado, mientras se me sale el café por la nariz. Las risotadas se oyen por todo el bar y la Sole, detrás de la barra, se dobla en dos.
- ¡Animáaaa! ¡¿Ande habrás jecho tu la EGB?!- le grita uno de sus compañeros con toda la guasa del mundo.
- ¿Ande quiereh que la fuera esho? – apostilla otro.- En las cabras de hu agüelo.
Se van apagando las risotadas y dejan paso a los comentarios, mientras alguien le explica al sujeto de marras su error. Entre toses alcanzo a ver que su cara de perplejidad se va poniendo cada vez más colorada, hasta que opta por desviar el bochorno sumándose al coro de risas. Aún le queda tiempo de rezongar, antes de salir:
- Y yo que poyas vi a sabé...
Ay Milana, Milana bonita.
Ay Milana, Milana bonita.
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lunes, 8 de marzo de 2010
Vecinos
Parece que la nave pareada a la nuestra va a ser ocupada en breve. Llevo varios días viendo como el dueño saca materiales pero no he tenido la curiosidad de preguntarle. Hasta el momento la estaba usando como auxiliar para almacenar lo que no le cabe en su flamante almacén de cuartos de baño, además de un par de coches de época que me enseñó una vez muy ufano.
Esta mañana me encuentro a los de la luz, arreglando cosas dentro de esa nave y a un señor, carpetilla bajo el brazo, supervisando atentamente. Por su concentrada apostura, la de quien quiere hacer ver que sabe lo que se trae entre manos pero no engaña a nadie excepto a sí mismo, deduje que se trataba del nuevo inquilino. Se gira, me ve y se dirige hacia mí con aplomo. Me quedo parado y espero. Se me acerca con una sonrisa que quiere ser afable y me tiende la mano.
- Tanto gusto, ché. Soy el nuevo ocupante. ¿Vos sos mi vecino?
- Eso es. Para cualquier cosa que necesites ahí me tienes
Entonces empieza una perorata porteña, todo sonrisas y gesticulaciones exageradas, y me cuenta qué empresa es la que se va a instalar, a qué se dedican –alimentación refrigerada-, cuando esperan empezar, sus cuitas para que le den el alta en la luz y el agua. Me pregunta por los cubos de basura, por la seguridad en el polígono y por mil cosas más que no recuerdo. Ni una me deja meter en su monólogo. Son las ocho de la mañana y el discurso que acabo de recibir me anonada. Qué poca piedad tienen algunos. Me zafo como puedo de tal hemorragia de simpatía y verbosidad y me retiro a mis cuarteles.
Al rato pienso que me lo ha dicho todo de él, menos su nombre. Y caigo en que tampoco yo le he dicho el mío. Pues empezamos bien.
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martes, 16 de febrero de 2010
Una de santos
Hoy amanece el polígono empapelado. En casi todas las puertas han pegado primorosamente con fixo cartelitos de tamaño cuartilla a dos colores que veo desde el coche mientras estoy detenido en un stop. Llego a mi nave, aparco y me acerco a mirar el que también está en nuestra puerta. Texto por arriba en torpes mayúsculas, texto por abajo, más apretadito. En el centro una cara terrible de color amarillo: la cara de Dios.
El texto principal, de color blanco contra el fondo azul pálido: CURSO DE CRISTIANDAD.
Esto sí que no me lo esperaba. Cambia un poco de los cursos para convertirse en eficiente carretillero, o de los anuncios de recogida de residuos peligrosos, o papel, de las invitaciones al puticlú vecino. Leo el texto informativo en el que se detallan lugares y fechas y constato que se celebrará, aquí, en el polígono –da la dirección de una nave- los viernes por la tarde a partir de la semana próxima. Rebusco tratando de averiguar quién convoca: Iglesia de los Santos de los Últimos Días, o sea los mormones.
¡Los mormones! Jo. Y dan un curso. Y gratis.
Voy a enterarme de cuantos años dura y si se ajusta al Plan Bolonia porque siendo así, luego habrá un Master, fijo. Y tal y como está la cosa es mejor tener un título aunque sólo sea para el currículum y sin tener que pedir becas, oiga. Y lo que viste un título firmado por Joseph Smith o José Smith, que es santo americano.
Dura competencia le ha salido a San Pancracio (patrón contra falsos testigos y falsos testimonios, contra perjurio, niños, calambres, espasmos, dolores de cabeza; y más).
Señor...
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